jueves, 21 de julio de 2022

LA REAL FÁBRICA DE ARTILLERÍA ❤︎






Aurelio pasaba todos los días frente a la puerta de la Real Fábrica de Artillería. No había un solo día en que no se parase frente a ella, dejándose llevar por sus recuerdos para, luego, continuar su camino. Aún esperaba encontrar la señal de amor eterno que María Luisa le juró que había dejado escondida para que él la encontrara. Era lo último que le dijo antes del fatal accidente de aquel día.

Era el verano de 1962, acababa de cumplir 18 años y su familia quiso que dejase de ayudar en el bar de su padre y se buscase un empleo más serio. 

Le animaron a trabajar en la Real Fábrica de Artillería, en el Barrio de San Bernardo. Estaba cerca de su casa porque él vivía en la calle Eduardo Dato. Era un plan perfecto. Pero había un problema. Odiaba las armas y era un amante de la paz. Él se lo hizo saber a sus padres, pero para ellos «eso era una estupidez. El trabajo era el trabajo y punto».

El primer día se presentó en la fábrica con un documento de recomendación que su padre le había dado para que lo entregara en cuanto llegase y se lo diera al primer empleado con el que se topase. El firmante del documento era un pez gordo militar que todos conocían y fuera quien fuese quien leyera ese papel, seguro que sabría las intenciones con las que fue escrito. 

Le hicieron pasar a una habitación repleta de cuadros con bombas casi diseccionadas, como ranas de laboratorio, una vitrina enorme llena de miles de balas de distintas formas y tamaños y un cañón en una esquina que parecía que iba a disparar en cualquier momento. 

Aurelio estaba muy asustado. Se sentía mal, muy mal. Tenía muchas náuseas y deseaba salir corriendo de allí como alma que lleva el diablo. Intentó hacerse el fuerte para no parecer un gallina, por su familia y por él mismo, pero no era capaz. No pudo aguantar más y se levantó para marcharse sin decir ni media palabra a nadie, pero al salir se tropezó con una chica que parecía estar aún más nerviosa que él. Tuvo que mantenerse fuerte y hacerle parecer que todo iba bien.

Se presentaron. Ella se llamaba M.ª Luisa y la habían avisado para una entrevista porque se había quedado libre un puesto como secretaria. Había hecho un curso de mecanografía y tenía experiencia llevando las cuentas de la peluquería de su tío. 

Sin esperarlo, Aurelio tuvo la necesidad de llevarse la mano al corazón. Fue un gesto instintivo, totalmente involuntario. Sintió como si el tiempo se hubiese parado. Parecía como si él fuera el único que era consciente de que la vida estaba en pausa. 

Escuchó una explosión enorme y unos gritos de socorro que casi le rompieron el corazón. Era tan real… La cara y el cuerpo le ardían como si estuviera envuelto en llamas, pero nadie más parecía sentir nada. Todos estaban paralizados, ahí, sin moverse. Sentía que su  corazón se rompía en mil pedazos y un dolor indescriptible se apoderaba de él.

Al instante, esa energía le hizo saber que, a pesar del horror que ese trabajo y aquel lugar le hacían sentir, ese era su sitio. Algo le había anclado los pies a esa fábrica casi de por vida. 

De pronto sintió como si sus pulmones se llenaran de aire y escuchó unas palabras dulces y preocupadas que querían saber si se encontraba bien. Ella le contó que había perdido el conocimiento durante unos instantes y se había caído al suelo. ¿Qué le había pasado? ¿dónde había ido su mente y su consciencia?

Aurelio y M.ª Luisa ya llevaban trabajando en la fábrica unos meses. Él trabajaba de cronometrador en las Oficinas de Preparación de Trabajo y ella era la secretaria del director.
En poco tiempo había demostrado que valía más que un potosí. 

Él sentía que debía protegerla en todo momento y eso a ella le incomodaba un poco y, al mismo tiempo, le encantaba porque estaba loquita por él. Ambos estaban perdidamente enamorados. Se declararon su amor en un pasillo oculto que había detrás de una máquina enorme de fundir. 

Hacía unas semanas que Aurelio iba a trabajar sintiéndose muy extraño. Como si supiera que algo malo iba a pasar. Él no era así. Era un tipo alegre, risueño, muy divertido. El típico amigo que todos querríamos tener a nuestro lado. Cada vez que podía se escapaba de su despacho para ir a fumarse unos cigarrillos afuera con sus compañeros de la fundición. Él siempre decía que en las oficinas todos eran unos aburridos. Era un hombre al que le encantaba reír y hacer reír.
Pero últimamente sentía como si una enorme tristeza estuviera inundando su alma y no sabía por qué. 

Él le había pedido matrimonio varias veces a M.ª Luisa, pero ella siempre le decía que aún eran muy jóvenes. 

Esa mañana, en cuanto él entró por la puerta, ella corrió a sus brazos dando saltos como una loca y le dijo que le había dejado un regalito escondido en la entrada de la fábrica y que tenía que buscarlo y encontrarlo. Si lo encontraba, ella se casaría con él. 

Aurelio tenía claro que en su primera pausa, iría a buscarlo y que no pararía hasta que no lo encontrara. Se lo prometió por lo más sagrado. 

Sobre las 12:30 sonó la sirena que anunciaba la pausa para los empleados de las Oficinas de Preparación de Trabajo y se embarcó en su gran aventura. Buscar su regalo escondido. ¡Quería casarse con su amor lo antes posible!

Mientras buscaba como un loco cazatesoros, una opresión en el pecho le hizo tener que sentarse en un banco que había a la entrada de la fábrica para poder respirar mejor, se sentía muy mal. Apoyó su mano derecha en el banco sintiendo el calor de la piedra rugosa, como si se quemara y tuvo que retirarla de inmediato. Una mancha negra se le quedó impregnada en la piel como si fuera un tatuaje y, mientras intentaba observarla con detenimiento, una brutal explosión hizo que la nave lateral de la fábrica saltara por los aires. Todo era fuego y solo se oían gritos desgarradores de socorro.

Supo que aquello era un déjà vu, él ya había vivido ese momento antes. Supo que lo que sintió aquel primer día en el que pisó la fábrica fue una premonición de lo que tiempo después iba a pasar. 

Sin pensarlo ni un segundo, se adentró en la fábrica para buscar a su amor. Ese calor que un día inundó su cuerpo ahora era real. Prácticamente estaba en llamas, pero tenía que encontrarla, tenía que salvar a su amada. Tenía que casarse con ella. 

Se despertó a la mañana siguiente en la habitación de un hospital con casi todo el cuerpo envuelto en vendajes y con unos dolores insoportables. Pero él solo quería saber dónde estaba M.ª Luisa. Donde estaba ella. Le había prometido que se casaría con él. Y las promesas siempre deben cumplirse…

Un médico y una enfermera entraron, se acercaron a su cama y le dijeron que los únicos que se habían salvado eran los empleados de las oficinas y que el resto de los empleados habían muerto. 

Durante unos segundos respiró aliviado porque ella era la secretaria del director. Ella debía de estar a salvo. 

Sin embargo, ella, que sabía con toda certeza que él iba a encontrar su regalo e iba a entrar corriendo en la fábrica para abrazarla y besarla prometiéndole amor eterno, estaba en el momento de la explosión en la sala de fundición. Ella solo quería que cuando entrase a buscarla, la encontrara con sus amigos para poder celebrarlo todos juntos.

Él se sintió culpable durante muchos años por no haber sabido interpretar las señales que recibió el primer día que estuvo en aquella diabólica fábrica. Siempre tuvo claro que no quería estar allí, pero algo le retenía sin remisión.

Con el paso del tiempo comprendió que no estaba en sus manos evitar lo que iba a pasar. Esa fuerza que lo obligaba a no marcharse de allí no era más que el propio destino que sabía que él y M.ª Luisa tenían que conocerse y enamorarse. Estaban predestinados el uno al otro. Comprendió que aquella premonición no le estaba avisando de lo que realmente iba a pasar, sino de que, aunque aquello iba a pasar, él debía permanecer allí porque su misión en la vida consistía en conocerla y amarla.

Aurelio pasaba todos los días frente a la puerta de la Real Fábrica de Artillería. No había un solo día en que no se parara frente a ella, se dejara llevar por sus recuerdos y, luego, continuara su camino. Ese día le apetecía sentarse y recordar cómo todas las mañanas esperaba a que llegara ella. Adoraba verla venir de lejos con sus andares de modelo. Siempre llevaba un traje de chaqueta con una falda muy estrecha de tubo y unos taconazos de infarto, aunque lo que mas le volvía loco era su sonrisa que iluminaba todo a su paso desde que lo veía en la lejanía. 

Una vez estuvo frente al banco de la entrada de la fábrica, ya en ruinas, quiso hacer un guiño al pasado y con mucho esfuerzo adoptó la postura con la que solía sentarse cuando era joven. Apoyó su mano derecha en el banco, cruzó sus piernas y se las sujetó con su mano izquierda. Sabía que no iba a poder aguantar así mucho tiempo, pero lo intentó durante unos segundos. Cuando ya se le resbalaban las piernas, sintió que algo le quemaba la mano derecha.

Rápidamente retiró su mano y recordó que algo similar le pasó en esa misma mano el día del accidente. Una marca extraña se le quedó grabada en la palma de su mano, como un tatuaje a medio terminar que nunca supo descifrar. Ya formaba parte de él, aun sin saber qué era ni qué significaba.

Entonces, al girar la mano para verse la palma vio como esa mancha extraña que siempre le había acompañado desde aquel día horrible, se había convertido en un corazón con las letras TQ en su interior.  

Una lágrima brotó de sus ojos cuando entendió que su regalo escondido era ese. M.ª Luisa le había pedido a un amigo de Aurelio, que era fundidor, que segundos antes de que él saliera en su tiempo de descanso, dibujara en el banco con el soplete aquel pequeño corazón para que al apoyar su mano se le grabase para siempre. 

Era casi un ritual que se fumase un cigarrillo con los amigos en ese mismo lugar y era famoso porque siempre adoptaba la misma extraña postura. Esa postura que acababa de intentar reproducir 60 años después.  

Ella contaba con ese golpe de suerte que hiciera que se sentase para pensar dónde estaría su regalo escondido adoptando su postura de siempre.  

Abrazando su mano como si fuese su propio amor y llorando como un niño pequeño, recordó que le prometió que no pararía hasta que no encontrara el regalo que ella había escondido para él. Se lo prometió por lo más sagrado.

Supo que esa era la causa del porqué, a pesar de los años, iba cada día a la Fábrica. Las promesas siempre deben cumplirse…



Cristina Martín de Doria 









6 comentarios:

  1. Desiree Fernández Angulo21 de julio de 2022, 11:24

    Que historia más bonita, el amor verdadero nunca se olvida. Aurelio cumplió su promesa. Me encanta 😍😍😍

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    1. Aurelio, efectivamente, cumplió su promesa.♥️♥️♥️♥️

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  2. Maravillosa historia de amor❤️

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  3. Preciosa historia amiga...Me encanta 😍

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