domingo, 24 de julio de 2022

Toma el dinero y corre, por Mabel R. Ramos



Toma el dinero y corre 

 

Aquel desgraciado era una fábrica de problemas. Aceptaron que entrase en el atraco porque era el primo del Pelos. Pero Márquez sabía que el Conejo no había conseguido parecerse en nada a su pariente. Era un chorizo de poca monta que se conformaba con romper coches de madrugada para robar cuatro baratijas de los maleteros. Con su risilla constante y sus grandes dientes, le ponía muy nervioso. Era fundamental que el Pelos quisiera embarcarse en la operación y como condición había puesto que su primo participase. Allí estaba lo más granado de los atracadores de su ciudad, la élite. Y el Conejo. No paraba de reír mientras apuntaba al empleado del banco, que temblaba como un flan. Aquella habitación olía muy mal, a sudor, a lágrimas y a mocos de los rehenes, que sollozaban de miedo. Pero peor olía el futuro que Márquez veía ante sus ojos. El Conejo, en su afán de protagonismo, se había quitado el pasamontañas y le había llamado por su nombre. Dos reglas de oro, dos, que todo buen atracador sabía que no podían vulnerarse. Nunca menciones el nombre de tus compañeros. Nunca descubras tu rostro. Lo estaba condenando a volver al trullo y poniendo en peligro a los demás, que cada vez estaban más irritados. Cuando quiso romper la tercera regla, no pudo dejarlo pasar. Verlo tomar a aquella mujer del cabello para forzarla a acompañarle al baño, colmó su paciencia. Nunca toques a una mujer sin su consentimiento. No forzamos mujeres. Todos tenemos madre, hermanas, hijas. Eso es sagrado. Como jefe, tuvo que hacerlo. A una señal suya, dos compañeros condujeron a aquella piltrafa fuera de su vista. No se oyó ni un solo gemido, sabían hacer bien su trabajo. No era correcto asustar más a los rehenes, había que ser considerado. Levantó la voz dirigiéndose a todos, afirmando que nadie sufriría daño mientras él estuviese al mando. Algunos, pese al terror, miraron agradecidos a Márquez. Temían a aquel loco imprevisible que les había provocado pánico con su risilla y sus arranques. Márquez sonrió para sí. Nada mejor que llevar a un tarado a los atracos para que todos confiasen en su autoridad. Bendito síndrome de Estocolmo. 



 

Nota: Tanto este relato como La Real Fábrica de Artillería, corresponden a un reto entre nosotras tres. Cada una debía escribir un relato que contenga las siguientes palabras: fábrica, empleado, embarcar o embarcarse, habitación y parecer o parecerse.



















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