sábado, 29 de octubre de 2022

Firma en la feria del libro de Sevilla

Durante este mes de octubre he estado desaparecida. Eso es debido a que me tome unas vacaciones en todos los ámbitos. Una vez reincoporada, he estado ocupada con el taller de literatura fantástica, pero no me olvido de este rinconcito. 
 
La feria del libro de Sevilla ha dado comienzo y, gracias a la invitación de la Librería Verbo, tanto Mabel R. Ramos como yo, podemos participar en ella. El próximo jueves 3 de noviembre a las 17:00h estaremos firmando ejemplares de nuestra novela conjunta "El cadáver de la sala de vistas" así como las anteriores. En caso de Mabel, El espejo revelado,  y en el mío: Atada y Tres mujeres, un punto. 
 
 
Nos encantaría que os recibir vuestra visita y poder comentar con vosotros anécdotas sobre ellas.














martes, 4 de octubre de 2022

Taletober 2022. Día 4. Playa.

 


Cuando era pequeño, su madre siempre le hablaba del mar. De cómo le gustaba correr por la playa, percibir el aroma que le traían las olas y nadar. Le transmitió el amor por esas sensaciones y un desbordante deseo de experimentarlas.

Ahora que llevaba poco tiempo con su familia adoptiva, cada vez que tenía ocasión les pedía que le llevasen a la playa. El problema era el idioma. Por mucho que lo intentaba, no sabía hacerse entender. Se mostraba muy alegre ante la idea de salir, pero nunca le llevaban a ver el mar. Tal vez era porque hacía frío y preferían el campo, donde cada fin de semana podían correr y jugar al aire libre.

Hacía ya mucho calor cuando la familia comenzó a preparar unas vacaciones distintas. La mamá se echó una pasta blanca en la cara que la puso como un payaso. Olía muy bien y el bote tenía un sol dibujado. Embadurnó a los niños con la misma crema y aunque el papá le indicó que le echase a él también, negó con la cabeza y le entregó el bote para que se sirviera él mismo. También le gustó el olor de los juguetes nuevos que sacaron del baúl. Para el campo se preparaban otras cosas que olían a leña y a cuero, así que esos aromas le indicaron que había un nuevo destino por descubrir.

Escuchó la palabra «playa». Esa sí la conocía, porque su madre se la había enseñado en varios idiomas. «¡Por fin, por fin!». Se sentía muy feliz. Saltaba de alegría y todos reían con sus ocurrencias.

Montaron en el coche para emprender el viaje. Cuando aparcaron y abrieron las puertas, él salió corriendo. Sintió cómo le llegaba el aroma del mar que empujaban las olas. Aguzó el oído para percibir el sonido del agua rompiendo en la orilla. Corrió, notando el roce de la arena, caliente y suave, y se tiró al suelo para revolcarse. Emborrizado como una croqueta, salió corriendo hacia el agua. Los papis reían y los niños corrían junto a él. Al entrar en el agua, tragó un poco sin querer. Estaba malísima. Sabía mucho a sal. Pero qué fresquita. Nadó y nadó, salpicando a los niños para después salir corriendo y sacudirse el agua del pelo. Ya le daba igual que no entendiesen sus ladridos, al fín había conseguido su sueño de ver el mar.

















lunes, 3 de octubre de 2022

Taletober 2022. Día 3. Cerradura.

 


Esperé a que las luces de los pisos cercanos a mi objetivo se apagasen. Conocía muy bien la dirección. Me había preparado a conciencia para el asalto de aquella noche. Vestido de negro, con gorro incluido, me dispuse a entrar. Tenía que ser sigiloso. No me perdonaría que me vieran con las manos en la masa.

    Subí las escaleras despacio, pegado a la pared e intentando no hacer ruido. Tropecé con una maceta. No pude evitar emitir un ¡auch! Mientras se me hinchaba el dedo gordo del pie, apunté en notas mentales para mí: «Mejorar sigilo».

    Alcancé el descansillo que buscaba. A través de la puerta de enfrente, se escuchaban los ronquidos de un vecino. Aquello no era humano. Me compadecí de su familia, si es que la tenía.

    Encendí la pequeña linterna, escudriñando la cerradura. Saqué el instrumental. Por suerte, estos antiguos pisos conservaban las puertas originales. Nada que ver con una acorazada. Posé mi ojo en el pequeño orificio destinado a la llave. Todo estaba oscuro.

    Manejando la ganzúa, hurgué una y otra vez, buscando el click que me indicase que la puerta se había abierto. ¡Cuánta dificultad! Los tutoriales de youtube no me estaban sirviendo de gran ayuda. Con lo fácil que lo hacían en los vídeos; adelante y atrás, dos vueltas y camino despejado. Media hora llevaba yo. A este paso tendría que marcharme. No había manera.

    Al fin la cerradura cedió, creo que más por puro hastío que por mi habilidad. La pobre debía de estar harta de aquella tortura. Abrí de par en par, quitándome el gorro empapado en sudor. En el sofá, una chica preciosa estaba tumbada, muy ligera de ropa. Al verme, bostezó.

—Cariño, casi me quedo dormida. Cada vez tardas más.

—Nena, —repuse—ya sé que te dije que cumpliría tus fantasías, pero es que me lo pones muy difícil.

—Anda, ven, tonto. Dame un beso, Lupin mío, que te lo has ganado.

 

















domingo, 2 de octubre de 2022

Taletober 22. Día 2. Alacena.





Había sido un día de órdago. Cuando al fin pudo llegar a la cama, rendida, se moría de calor. Se levantó, subió la persiana para recibir el poco fresco que entraba por la ventana y echó la cabeza sobre la almohada. Cerró los ojos. El primer sueño de la noche es el más profundo y reparador. No sabía cuánto tiempo había transcurrido hasta que comenzó a sufrir ese molesto «cri-cri».
—¡No puedo creerlo! ¡Déjame dormir, maldito seas!
A duras penas y sin encender la luz, se arrastró hasta la ventana para cerrarla. Prefería mil veces el calor a soportar al grillo. El doble acristalamiento impediría que el insecto la molestase. Suspiró sonriendo, dispuesta a dormir. Diez minutos más tarde, el «cri-cri» rechinaba a mayor potencia. Ofuscada, se levantó.
—¿Estás aquí, bicho inmundo? Si crees que me vas a dar la noche, vas listo.
Abrió el armario. Tal vez se había quedado enganchado en la ropa cuando la recogió del tendedero. Silencio. No, allí no estaba. 
Necesitaba agua. El calor era sofocante y se moría de la sed. En la cocina, de nuevo, lo escuchó cantar. 
—¿Estás en la alacena?—Abrió las puertas del mueble para sorprenderlo. Metió la cabeza mientras el «cri-cri» sonaba y sonaba. Tenía que vaciarla. Tal vez estaba en el azucarero. ¿Les gusta el azúcar a los grillos?¿O se estaría comiendo el laurel? Esos bichos comen hierba, desde luego.  Sacó cada bote, pero ni rastro del molesto visitante.
Resignada, volvió a la cama. Al menos ya se había callado. Pero no hubo tregua. La noche se hizo eterna entre intentos de ignorar al bicho con la cabeza bajo la almohada y búsquedas infructuosas.
A las seis, con los ojos como si le hubiesen echado arena, se levantó exhausta. A tientas llegó al baño y dejó correr el grifo para enfriar el agua. Antes de inclinarse, encendió la luz y se miró al espejo. Haría falta un milagro para tener buena cara. Al ver su reflejo, estalló en carcajadas y lágrimas de frustración. Allí, enredado en su pelo, estaba el culpable de su insomnio.
 

 












sábado, 1 de octubre de 2022

Taletober 22. Día 1. Pasillo





Se sentía nerviosa. Con lo tímida que era, no sabía cómo se había metido entre aquella multitud. Amigos y conocidos la miraban sonrientes a ambos lados, mientras ella avanzaba despacio. El ramo de flores entre las manos le producía picor. No había contado con su alergia. Miró a la izquierda. Su amiga Valeria ponía ojitos con las manos entrelazadas. A la derecha, Pablo y Pedro se daban codazos riendo. ¿Qué diría su madre si la viese?

     Pepe la esperaba frotándose las manos, que seguro que le estaban sudando. Era muy propio de él. Cuando se ponía nervioso, todo se le resbalaba y le hacía parecer torpe.

     No podía creer lo largo que se le estaba haciendo el camino. Apenas tenía que recorrer unos metros y sin embargo, parecía que no iba a llegar nunca. Al fin alcanzó al novio y al maestro de ceremonias. Este le indicó que le diese la mano a Pepe.

     Todo transcurrió según lo previsto hasta que llegaron al momento más difícil de todas las bodas. El maestro de ceremonias se dirigió a los presentes hablando a media lengua: «Si adguien tiene adgo que decid, que habe ahoda o calle pada siempe». Una voz de mujer se alzó fuerte y clara. Todos la miraron expectantes.

     «¡Chicos! Se acabó el recreo, todos a clase».

     Salieron corriendo y ella se quitó el trapo de la cabeza y tiró el ramo de margaritas. Menos mal, salvada por la campana. Mañana jugarían al pilla-pilla.
 
 

 

Taletober 2022. Reto literario.