martes, 4 de octubre de 2022

Taletober 2022. Día 4. Playa.

 


Cuando era pequeño, su madre siempre le hablaba del mar. De cómo le gustaba correr por la playa, percibir el aroma que le traían las olas y nadar. Le transmitió el amor por esas sensaciones y un desbordante deseo de experimentarlas.

Ahora que llevaba poco tiempo con su familia adoptiva, cada vez que tenía ocasión les pedía que le llevasen a la playa. El problema era el idioma. Por mucho que lo intentaba, no sabía hacerse entender. Se mostraba muy alegre ante la idea de salir, pero nunca le llevaban a ver el mar. Tal vez era porque hacía frío y preferían el campo, donde cada fin de semana podían correr y jugar al aire libre.

Hacía ya mucho calor cuando la familia comenzó a preparar unas vacaciones distintas. La mamá se echó una pasta blanca en la cara que la puso como un payaso. Olía muy bien y el bote tenía un sol dibujado. Embadurnó a los niños con la misma crema y aunque el papá le indicó que le echase a él también, negó con la cabeza y le entregó el bote para que se sirviera él mismo. También le gustó el olor de los juguetes nuevos que sacaron del baúl. Para el campo se preparaban otras cosas que olían a leña y a cuero, así que esos aromas le indicaron que había un nuevo destino por descubrir.

Escuchó la palabra «playa». Esa sí la conocía, porque su madre se la había enseñado en varios idiomas. «¡Por fin, por fin!». Se sentía muy feliz. Saltaba de alegría y todos reían con sus ocurrencias.

Montaron en el coche para emprender el viaje. Cuando aparcaron y abrieron las puertas, él salió corriendo. Sintió cómo le llegaba el aroma del mar que empujaban las olas. Aguzó el oído para percibir el sonido del agua rompiendo en la orilla. Corrió, notando el roce de la arena, caliente y suave, y se tiró al suelo para revolcarse. Emborrizado como una croqueta, salió corriendo hacia el agua. Los papis reían y los niños corrían junto a él. Al entrar en el agua, tragó un poco sin querer. Estaba malísima. Sabía mucho a sal. Pero qué fresquita. Nadó y nadó, salpicando a los niños para después salir corriendo y sacudirse el agua del pelo. Ya le daba igual que no entendiesen sus ladridos, al fín había conseguido su sueño de ver el mar.

















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