lunes, 8 de agosto de 2022

Sigue nadando, por Mabel R. Ramos






 
Hacía calor. Tan sofocante, que la ropa se había convertido en una segunda piel. Se acarició la nuca pegajosa, retirando el cabello hacia arriba y abanicándose con la otra mano, intentando conseguir algo de alivio.
Hastiada, salió al jardín para darse un chapuzón en la piscina. Dejó las chanclas a un lado mientras se quitaba el pantalón y la camiseta. La ropa interior cayó al césped.
Probó el agua con el dedo gordo del pie. Estaba helada. El pozo cercano abastecía la piscina, que no se calentaba ni siquiera tras horas de sol.
Se lanzó, sumergiéndose hasta alcanzar el fondo. Un leve dolor punzó sus músculos por el cambio de temperatura.
Sacando la cabeza, tomó una bocanada de aire. Necesitó un momento para recobrar el resuello. Algo más adaptada, inició las brazadas que desentumecieron sus extremidades. Volvió a sumergirse para alcanzar el fondo de la piscina. Había insistido mucho en que tuviese al menos cuatro metros de profundidad. Le daba miedo tirarse de cabeza y golpearse contra el suelo, así que la hondura le garantizaba que podía zambullirse en vertical sin peligro. Buceó hasta tocar el suelo de la piscina con la palma de las manos. Nada mejor para olvidarse del resto del mundo que alejarse de la superficie.  
Pegada al fondo, notó una leve corriente, apenas perceptible. Intrigada por su procedencia, se acercó al origen. No había visto esa puerta antes. Era pequeña, con una argolla en el centro e irradiaba luz. Es verdad que la piscina se había construido hacía poco tiempo, pero había escogido el diseño y creía conocer cada rincón. Tiró de la argolla. Un enorme ruido la obligó a mirar hacia arriba. La cubierta transitable de la piscina se estaba cerrando. Si llegaba a hacerlo, no podría salir.
Tenía que ascender, apenas le quedaba aire en los pulmones. Su cuerpo comenzaba a sufrir pequeños espasmos involuntarios pidiendo oxígeno. Golpeó el suelo con los pies para impulsarse. En vano, pues sentía que pesaba como el plomo y apenas notó el empuje. Desesperada, comenzó a asustarse. El aire salía burbujeando de su boca. Intentaba retenerlo, pero no podía.  
Luchaba por subir, pero mientras más lo intentaba, más pesaba, pegándose al fondo como una lapa y cada vez más débil. Intentó una y otra vez tirar de la argolla que pendía del centro de la puerta. Fue imposible conseguir que cediera. Rendida, iba a resignarse cuando la pequeña puerta se desbloqueó, dándole un atisbo de esperanza. Tiró de la argolla con las fuerzas que le quedaban, abriéndola para entrever que también la inundaba el agua. No podría conseguir aire allí, pero si no era posible volver a la superficie, era su única salida. Se deslizó por el túnel que se abría ante sus irritados ojos. Reptó por las paredes del conducto, que parecía desembocar en una intensa luz. Cuando alcanzó el final, apenas le quedaba aire. Derrotada, se dio cuenta de que estaba perdida; había ido a parar a otra inmensa piscina, esta sin fondo ni superficie visibles.  
A su alrededor, otras personas flotaban desnudas. Algunas sin vida, otras buceando histéricas, la mayoría nadando como autómatas. Una chica la golpeó suavemente en el hombro. Por señas, le indicó un tubo transparente del tamaño de su boca. Ella se lo acopló. De inmediato, comenzó a respirar, primero con ansia, para calmarse poco a poco al notar que recobraba fuerzas. Mirando hacia atrás, buscó la entrada del túnel por el que había llegado hasta allí. Fue incapaz de encontrarla. Deslizándose, nadó por cada rincón hasta llegar a lo que parecía la frontera donde acababa la inmensa piscina. Al fondo, un cartel de neón ilegible le indicaba el camino. Buceó con fuerza. Tal vez consiguiera encontrar la trampilla de salida. Se golpeó la cabeza contra un grueso cristal. Con dificultad, enfocó la vista buscando el cartel luminoso. Tras el cristal, muchos peces, grandes y pequeños la contemplaban. Golpeaban con sus aletas llamando la atención de los nadadores. Una cría de tiburón tiraba de la aleta de su madre señalando hacia ella. Otro, ya adulto, guiaba a otros peces mostrándoles las instalaciones. Aterrada, comprendió. Por fin había podido ver el letrero:
 
Pasen y vean
Bienvenidos al mayor acuario de humanos del mundo.

 

 
 
                               
 














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