Tender la ropa jamás había sido una labor tediosa para Dulce. Limpiar los cristales de su hogar sí. Mantenerlos igualados y evitar que las marcas de las pasadas de la bayeta no hagan acto de presencia, es lo más rebuscado que su mente adulta buscaba sin cesar.
—Un día eres joven y al otro buscas la perfección en unas ventanas que pocos se pararán a contemplar—pensó en voz alta.
Parece que las nubes amenazaban con lluvia. Algo que a Dulce le resultaba familiar. Pues siempre que limpiaba las ventanas, la lluvia parecía interceptarse con sorna.
Salió de casa con la alegría que la caracteriza. Siempre tan risueña, tan complaciente. Caminó sin dar largas zancadas. Para disfrutar de su paseo matutino y saborear la frescura del ambiente. Sin prisa pero sin pausa.
No pensó en encontrarse con nadie. Pero allí estaba ella. Petra, con su perro. Dispuesta a lo que supuso, hacer lo mismo que ella.
Pasear.
Petra aceleró su paso y Dulce se preguntó si tal vez, la estaba evitando. Pues no logró alcanzarla. Su atuendo claro, no era el idóneo para un paseo matutino. Pues Dulce optó por arreglarse y Petra parecía tener intenciones de pasar desapercibida.
Avanzó un poco más rápido. Con la idea de saludarla. Y averiguar por qué tanta prisa. La alcanzó ya entradas en el parque. El rostro de Petra se vislumbró casi marmolado.
Cuestionó la posibilidad de que estuviera enferma.
—Eh… Petra, ¿va todo bien?—preguntó con la mayor cautela posible.
—Estaba ahí, lo juro. No sé cómo pudo pasar. Estaba ahí—respondió con nerviosismo y notable temblor.
Dulce vio como el perro ladraba sin consuelo. Moviéndose de un lado a otro con demanda de atención.
Agacho la cabeza y lo vió.
El cuerpo de un hombre entrado en años. Con facciones serias y enigmáticos hoyuelos marcados.
Tumbado de lado y con la marca de un impacto en la cabeza. Haciéndole derramar una fina línea de sangre por su frente.
—Llamemos a la policía—dijo al fin.
Petra asintió.
Se escuchó un grito agudo. Al parecer no estaban solas. La vecina de Dulce. Hacía años que no mencionaba ninguna palabra. Desde el fallecimiento de su marido. Parecía haber enmudecido. El grito las sacó del trance en el que se habían encontrado sometidas a causa del hallazgo.
La policía no tardó en llegar y las mandó de regreso a sus hogares.
El rostro que anteriormente palidecía en Petra. Pareció tornarse de un buen color, al ver cómo la autoridad actuó con normalidad. Sin rebuscar sospecha hacia ellas. Y Dulce no puede parar de pensar.
—¿Por qué ese cambio tan repentino en Petra?
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