EL PERFUME DE SU PIEL
La tarde en el trabajo fue
tremenda. Claudio lo había pasado fatal a causa aquel hombre que se había
obsesionado con él. Después de convencerlo de que se marchase y dejase a mi compañero en
paz, terminamos como pudimos la jornada. Parecía que se habían congregado más
clientes que nunca en la pastelería. Tal vez se debió al efecto llamada. Una multitud
de curiosos había echado fotos y grabado en vídeo a aquel pobre desgraciado que
aseguraba que Claudio era el amor de su vida y que había traído las maletas
para fugarse con él.
Acudió incluso un conocido periodista
de la televisión local acompañado del cámara para entrevistarme. Aquello fue
surrealista. Camino de casa, aún iba dándole vueltas a la cabeza. Necesitaba
meterme bajo la ducha y olvidarme del tema. En el descansillo de mi portal, dos
enamorados se abrazaban con ganas, amparados por la penumbra. No les saludé
para no romper su intimidad. Me dio igual parecer descortés.
Abrí la puerta de mi santuario,
dejando caer las llaves sobre la mesita del recibidor. En el despacho del fondo
se percibía una luz tenue. No quise que él se percatase de mi presencia, aún
no. Me deslicé hasta el baño para desnudarme y perderme bajo el agua muy
caliente. El chorro de la ducha sobre mi cabeza me provocó un sutil cosquilleo,
proporcionándome algo parecido a otro placer.
Me sequé, untando mi piel con crema
y me perfumé el cuello y las muñecas. Me vestí con un ligero kimono de seda de
amplias mangas. Despacio, me dirigí al despacho donde él escribía su nueva
novela.
Como una geisha haría con su dana
en la ceremonia del té, levanté ligeramente la manga de mi kimono, lo
suficiente como para dejar al descubierto mi muñeca desnuda. La ofrecí a su
mirada. La tomó entre sus manos, depositando en ella una suave caricia de sus
labios que no llegaba a ser un beso. Liberó su dulce aliento sobre aquella
porción de piel y logró estremecerme. Colocándose detrás de mí, me atrajo hacia
sí con delicadeza. Sus dedos sustituyeron a los labios. Las yemas me
acariciaron por dentro de la manga, mientras su boca se ocupaba de otra zona
aún más erógena. La piel de mi nuca se erizó cuando sentí cómo soplaba sobre el
nacimiento de mi cabello después de apartarlo a un lado. Mi piel incendiada apenas
podía soportar el roce de la tela del kimono.
Mis sentidos estaban despiertos,
percibiendo el aroma que emanaba de su cuerpo. Aquellos ingredientes que había
entremezclado el maestro perfumero, junto con su propio olor.
No tenía afán por evadirme. Solo
necesitaba más. Quería que continuase hasta llevarme adonde solo él sabía. Me giré,
ofreciéndole la perspectiva de mis ojos. Me preguntaba si podría resistirse a
darme al fin el ansiado beso. No podía, nos conocíamos bien. Bajó desde mi boca
para encontrar otra piel, fina y turgente, que estaba deseando recibir los
mimos a los que estaba acostumbrada. Mientras tanto, mis manos recorrían su
espalda.
Me alzó en sus brazos, dejando caer
el kimono, que ya solo se sostenía levemente sobre mí.
El camino hacia el dormitorio se me
antojó eterno. No fue la noche más especial que hemos vivido, pues como ella
hubo y habrá más y serán incontables, pero sí que fue inolvidable y la tendré
grabada en mi memoria para siempre.
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