El caso del tren de las 20:48
Ser un loro no es fácil. Pensaréis que la vida para mí ha transcurrido
entre algodones. Con buena comida, una amplia jaula y un humano
solícito pendiente de mí todas las horas del día. Nada más lejos. Es
verdad que de vez en cuando he podido salir a estirar las alas, pero
teniendo en cuenta que mis primos viven en libertad en algún lugar del
mundo, no tengo consuelo. ¿Que cómo lo sé? Pues porque mi humano
era un gran aficionado a los documentales de animales salvajes. Así he
tenido que vivir contemplando a las cotorras y guacamayos volando a
placer por la selva.
De todas formas, peor lo tiene mi humano, que ha fallecido esta noche
en el tren en el que viajábamos. He de decir que yo le tenía aprecio. Pepe
era calvo (conste que yo no le picoteaba la cabeza, faltaría más), con una
cicatriz en la cara y todos decían a sus espaldas que era bajito y que tenía
cara de malas pulgas. Pero conmigo se portaba bien. Y aquí estoy yo, en
el vagón número trece porque alguien me ha encontrado al lado de él.
La verdad es que este sitio está atestado de gente. Los pasajeros han sido
confinados para que declaren acerca del caso. El detective que lo
investiga me cae bien. Luce unos guantes negros y una gabardina y
permanece callado observando. Es un hombre discreto. A su lado tiene a
una chica joven que es la que formula las preguntas. Ha sacado un plano
del tren. Muy completo, sí señor. No sé si lo acaba de dibujar. Explica
minuciosamente a los presentes lo que ha representado en el plano. Hay un
total de trece vagones y el tren cuenta con baños, una cafetería
restaurante con zona de descanso que incluye un pequeño futbolín, libros
y algunas mesas y sofás. ¡Qué bonita descripción!
Todos asienten, evidentemente algunos conocen el tren. Otros no se han
movido de sus asientos o eso dicen, con lo que no han podido ver todos
sus compartimentos.
La chica joven se dirige a la persona que tiene a su derecha. Es una
señora mayor, con un bonito sombrero. Me gusta porque tiene flores y
mariposas. Un hombre que está sentado cerca se lleva el dedo a la sien y
lo gira hacia delante y hacia detrás. No sé lo que significa, pero señala a
la señora mayor y se ríe.
La chica le pregunta a la señora del sombrero su nombre, el motivo de su
viaje y que si había visto alguna vez a Pepe. Se llama Marcela, viaja para
encontrarse con su hija en Barcelona y según ella no lo había visto antes,
pero se ha chocado con él al entrar en el tren. Ahora me señala a mí,
diciendo que Pepe me llevaba al subir y le arreó un jaulazo que le ha
dejado la cara señalada. Se levanta el sombrero y muestra la frente con
una pequeña herida. Pobrecilla. Nada más lejos de mi intención que
hacerle daño, pero no puedo controlar los bandazos que doy cuando voy
dentro, ya quisiera. Ya no vio más a mi humano, porque entró en el cuarto
de baño a curarse la frente y después a su asiento en el primer vagón. De
ahí no se había movido hasta que escuchó por megafonía que habían
encontrado un cadáver en el tren.
La chica joven, que por cierto tiene un pelo que parece muy suave, del
color del panizo que Pepe me daba como premio, se dirige ahora al
hombre que movía el dedo sobre su sien. A las mismas preguntas, el
hombre, que se llama Pedro, contesta que viaja por negocios. Vio a Pepe
en la cafetería de la estación. Ambos pretendían entrar en el baño, pero
mi humano se coló y le dio con la puerta en las narices. Pedro dice que
se sintió muy irritado. Está acostumbrado a ser el mejor en todo,
incluidos los negocios y no tolera que nadie intente quedar por encima.
Quiso discutir con Pepe, pero él solo gruñó y le hizo un feo gesto con la
mano. Lo vio tan cargado, con la jaula y la maleta, que desistió de
continuar con la discusión. No vio a Pepe después, ni siquiera sabía que
viajaban en el mismo tren hacia Barcelona. También dijo que para ser
sincero, cuando se enteró que era él el cadáver, casi se alegró.
Todos han hecho un mohín cuando Pedro ha dicho eso. Hay que ser ruin
para alegrarse de que alguien muera, se haya chocado contigo en los
baños o no. Yo, como no voy al baño, no entiendo que se pueda discutir
por algo tan insignificante.
El detective sigue callado y dirige su mirada hacia la persona que está a
la derecha de Pedro.
Es una chica muy joven. Casi diría que puede ser una niña, pero no. Dice
que se llama Elena. Es bailarina de ballet clásico y viaja a Barcelona para
presentarse a una audición. ¿Eso sirve para que te escuchen? Bueno,
vuelvo a la historia, que me voy a mis pensamientos. Se cruzó con Pepe
en el pasillo cuando estaba entrando en el vagón. Él le pisó el pie derecho
y ella está muerta de dolor. Le ha arruinado la audición. Asegura que ni
se disculpó y que claro que le entraron ganas de matarlo, pero no es el
caso, porque ella no es una asesina.
A su lado, una mujer ríe por lo bajo. Tiene el pelo muy rojo, como las
plumas de los guacamayos que salen en los documentales que veíamos
en la tele. Se llama Milagros Roldán y es una actriz muy famosa. Ahora
la recuerdo. La he visto en la telenovela que dan a las cuatro, la que ponía
Pepe tras el documental. Viaja a Barcelona para grabar los capítulos de
la semana. Tuvo un percance muy grande con mi humano. Se da la vuelta
y enseña su melena roja. Por detrás ha tomado un color negruzco. Se
queja de que en el tren no se puede fumar y Pepe se chocó con ella
mientras encendía un cigarro. El mechero prendió su roja melena y la
chamuscó por completo. No podrá encontrar otra peluca de tan gran
calidad para grabar los capítulos de estos días, por lo que va a tener que
mirar a la cámara siempre de frente. Aún así no le guarda rencor ni se
alegra de que el hombre haya muerto, faltaría más.
La chica joven se dirige ahora a otro hombre, este tiene el pelo
completamente blanco. No caigo ahora mismo en su parecido con ningún
animal, aunque podría decirse que con su nariz gordota podría ser un
oso polar. Sí eso es, un oso polar se parece a Juan, que así se llama este
hombre. Tiene ganas de hablar, que ya lleva mucho rato callado. Yo lo
comprendo, porque a mí me gusta mucho hablar, pero como no me han
preguntado y soy un loro de lo más educado, por ahora estoy escuchando.
Sospechoso desde luego no soy, porque no he salido de la jaula.
El detective apunta muchas cosas en su libreta. Sitúa en el mapa del tren
a cada uno de los presentes según van hablando. Cuando sonó la
megafonía, Juan estaba jugando al futbolín con otro viajero. Se le da muy
bien el futbolín y de hecho viaja a Barcelona para participar en un
campeonato. No hay motivo para sospechar de él, según dice. Pepe no le
ha hecho nada. Solo se negó a jugar con él, pero siendo como es un
campeón de ese juego, comprende que no todo el mundo se atreve a
enfrentarse a él en esas lides. La chica y el detective se miran por unos
instantes. Puedo leerles el pensamiento. En realidad todos son
sospechosos hasta que se demuestre lo contrario.
Me gusta cada vez más esta investigación. Pepe y yo veíamos muchas
series de policías y detectives. Ahora que lo pienso, pasábamos mucho
tiempo viendo la tele. A veces me soltaba y me sentaba con él en el sofá.
Echábamos muy buenos ratos.
Una señora con una voz estridente pregunta si se puede marchar. Tiene
que ir al baño urgentemente y entre el vagón trece y el doce no hay. La
chica le contesta que no, que nadie puede salir de allí. Las pruebas
pueden contaminarse. Ante la insistencia de la mujer que grita más que
habla y amenaza con hacer sus necesidades allí mismo, le contesta que
sí, que irá con ella. Salen del vagón y contrariamente a lo que yo
esperaba, se hace el silencio total. Creía que todos comentarían lo que
estaba ocurriendo, pero la presencia del detective y su silencio mientras
les observa hace que no puedan relajarse.
Por fin regresan la ayudante del detective y la señora gritona. Se llama
Pilar y está allí porque ha tomado el tren equivocado. No tenía ninguna
intención de viajar a Barcelona y pensaba bajarse en el próximo
apeadero, pero como el tren no ha parado, se ha tenido que quedar. El
remate ha sido cuando han avisado por megafonía. Encima que ella no
quería estará allí, se encuentran un muerto. El colmo de la mala suerte.
Saca algo del bolsillo y se lo pasa por ambos hombros y por la frente. La
chica le pregunta qué es lo que tiene en la mano. Es un amuleto. La
protege de la mala pata, pues le pasan cosas muy raras. Ya ve, hasta se
monta en un tren que no es el suyo. La ayudante del detective le dice que
si no ha pensado que más que mala suerte, lo suyo es despiste. Pero Pilar
contesta indignada que no, que es que le ha caído la mala suerte encima.
Ella pensaba entrevistarse con alguien que le quitase el mal fario, pero
claro, en Barcelona no era. ¿Que si conocía a Pepe? Por su culpa fue que
se montó en ese tren. Cuando ella le mostró el billete, él le dijo sin dudar
que debía tomar ese, que era el que la llevaba a su destino. Ese hombre
bajito le había parecido desagradable, pero claro, teniendo a un loro tan
bonito por mascota, se la había ganado, porque se parecía mucho a uno
que ella tuvo cuando era joven.
Me ha caído bien la señora. No todos los días le dicen a uno que es muy
bonito.
Otra vez el hombre con el dedo en la sien dándole vueltas. Sigo sin saber
qué significa, pero ahora señala a Pilar. No me gusta Pedro. Mira que
alegrarse de que se muriera mi humano. Qué desconsiderado.
Hay otro chico muy joven en el vagón. Tiene unas ojeras negras muy
marcadas, los labios pintados de negro y el pelo muy negro también. Se
parece a un cuervo. Tiene muchos anillos en las manos y saca la lengua
con frecuencia. Luce una argolla en la nariz. Me gustan las argollas. A
veces juego a meterlas en un palito, es divertido. Las mías son de muchos
colores y después siempre recibo un premio si lo he hecho bien. No es
por nada, pero me considero un loro bastante listo.
El chico de negro se llama Sombra. En una tarjeta que le enseña a la
chica pone Cristóbal Pérez, según dice ella en voz alta, pero él pide que lo
llamen como quiere, porque si no, no va a responder. Viaja a Barcelona
para participar en un festival de música heavy, que tampoco sé lo que es.
Le enseña a la chica un dedo morado e hinchado. Pepe se lo pilló con la
puerta del baño. El chico es guitarrista. No podrá tocar con su grupo y
está muy frustrado. Era el primer contrato que le salía en años y ahora
se va a quedar fuera. Tocará otro que es su mayor rival. A rey muerto,
rey puesto.
La verdad es que Pepe no era muy popular entre esta gente, todos se
miran unos a otros y a veces asienten cuando alguno justifica que lo
hayan matado.
El detective sigue callado. Yo no sé cómo puede, la verdad, a mí ya me
está costando trabajo. Estoy colocado al final del todo, me va a tocar el
último y no sé si podré aguantar.
Ahora habla una mujer muy grande. Sus manos son enormes en
comparación a las de las otras mujeres. Se llama Salma y viaja a
Barcelona para participar en el concurso de Miss Big in the World.
No me extraña que lo gane, porque es grandísima de verdad. Ya sé que
en comparación a mí todos son colosales, pero lo de esta mujer se pasa de
castaño oscuro. Diría que sobrepasa al detective, aunque como
él permanece sentado, tal vez mi perspectiva no sea la correcta. Salma se
encontró con Pepe en el tercer vagón. Él andaba buscando su sitio y se
quejó de que ella ocupase dos asientos contiguos. Ella le contestó que
podía estar ahí, que había pagado por los dos asientos, porque
evidentemente, no cabía en uno solo. Discutieron fuertemente y ella le
gritó que no tenía la culpa de que él fuese tan pequeño y tan calvo y él le
hizo un corte de manga. Salma, boquiabierta, salió inmediatamente a
quejarse al revisor, pero cuando este acudió, Pepe se había esfumado.
Seguramente se había ido a otro vagón. Cuando se enteró de que el
muerto era él, lo comprendió. Si se las gastaba igual con todo el mundo,
se había encontrado con la horma de su zapato.
Otra vez muecas de desagrado del resto de pasajeros, que no justifican
que aquel hombre estuviese muerto aunque no tuviese educación en
absoluto. Yo tampoco lo justificaba. Al fin y al cabo, el que se había
quedado sin Pepe era yo. Me alimentaba y pasábamos el día charlando.
Bueno, charlando él y yo repitiendo lo que él me decía, ya que era lo que
le gustaba para sentirse acompañado. Era un hombre muy solitario y a
mí me daba pena no complacerle. Me costaba muy poco hacerle feliz. Yo
mismo estaba comprobando lo mal que se relacionaba mi humano con
los de su misma especie. He llegado a creer que le habría gustado ser
loro como yo, pero en ese caso, a ver quién iba a darnos de comer a los
dos.
Aún quedan varias personas más. Enfrente de mí hay una pareja de
novios. Parecen dos agapornis, por inseparables. Él sostiene la mano de
ella entre las suyas y ella apoya la cabeza en su hombro. Qué tierna
imagen. Pero los agapornis siempre me han parecido un tanto
empalagosos. Ella tiene un bonito pico, muy parecido al de una lora que
me volvía loco. Vivía en el balcón de enfrente de mi casa y a veces nos
hablábamos en la distancia. Era muy guapa, la verdad, aunque lo
nuestro no tuviese futuro al no poder acercarnos nunca. Los novios del
tren viajan por placer, para hacer un último viaje de solteros y para encargar el vestido de novia a un modisto que ella había visto por
Internet. El diseñador de las influencers. La novia se llama Fina y él
Federico. Pepe había estado un rato en su vagón y me dejó con ellos.
Después, salieron a dar una vuelta por el tren y a buscar un sitio íntimo
donde poder charlar sin ser molestados y cuando volvieron se
encontraron al hombre muerto y a mí en el mismo lugar donde me habían dejado. Dieron la voz de alarma, ya que no sabían cómo actuar.
Podrían haber llamado a la policía, pero como el tren estaba en marcha,
prefirieron buscar al revisor y que él hiciera lo conveniente. A Fina se le
han quitado las ganas de buscar el traje de novia, porque vaya situación
desagradable. Federico se echa la culpa. Si hubiesen estado en el vagón,
Pepe podría estar vivo. A ellos les había resultado hasta simpático por
como me trataba. Les dijo que me llamaba Coco. Un nombre gracioso
y muy adecuado para aquel animal que les estaba presenciando ahora
mismo. Dicen que yo hablaba una barbaridad y que les había encantado
porque repetía todo lo que se hablaba en aquel vagón. Qué ilusos. Repito
porque se supone que es lo que hace un loro, pero mi mente va mucho
más allá, dónde va a parar. Les doy mil vueltas a otros loros e incluso a
algunos humanos. Para algo me he ilustrado viendo programas y
documentales.
Todos me miran. El detective se pone de pie, observándome fijamente.
Desde luego no me extraña que todos se sientan intimidados por aquel
hombre callado con guantes negros y gabardina. Tiene unos ojos muy
negros y me da mucho miedo. La chica se levanta también.
Me pregunta, con voz dulce, si yo sé quién de los allí presentes ha matado a Pepe. La miro. No sé si estoy a salvo. ¿Y si al hablar me
hacen lo mismo que a mi humano?
Claro que sé quién ha sido. Al fin me dan el turno de palabra. La
ayudante me asegura que no va a pasarme nada. Abren la jaula y el
detective coloca su guante negro de cuero delante de mí. Subo primero
una pata, luego otra y agachándome, saco la cabeza con cuidado para
no golpearme en la jaula. Estiro las alas con decisión.
Volar hasta mi destino no me cuesta trabajo. Me poso en el bonito
sombrero de flores y mariposas. No puedo evitarlo después de todo,
he vivido muchos años con ella y picoteo un poco la mano que me
ofrece cariñosa. Abro el pico para que todos se enteren de que a mí tampoco me ha gustado el jaulazo que le ha pegado
Pepe. Grito fuerte: ¡Marcela! Marcela por favor no me mates. Si quieres te devuelvo a Coco,
pero no es para ponerse así.
Ahora vivo con Marcela, mi verdadera dueña. Ella también vive en una
jaula, pero como dicen en las pelis, al fin estamos juntos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario