lunes, 9 de mayo de 2022

El caso del tren de las 20:48






El caso del tren de las 20:48 

 Ser un loro no es fácil. Pensaréis que la vida para mí ha transcurrido entre algodones. Con buena comida, una amplia jaula y un humano solícito pendiente de mí todas las horas del día. Nada más lejos. Es verdad que de vez en cuando he podido salir a estirar las alas, pero teniendo en cuenta que mis primos viven en libertad en algún lugar del mundo, no tengo consuelo. ¿Que cómo lo sé? Pues porque mi humano era un gran aficionado a los documentales de animales salvajes. Así he tenido que vivir contemplando a las cotorras y guacamayos volando a placer por la selva. De todas formas, peor lo tiene mi humano, que ha fallecido esta noche en el tren en el que viajábamos. He de decir que yo le tenía aprecio. Pepe era calvo (conste que yo no le picoteaba la cabeza, faltaría más), con una cicatriz en la cara y todos decían a sus espaldas que era bajito y que tenía cara de malas pulgas. Pero conmigo se portaba bien. Y aquí estoy yo, en el vagón número trece porque alguien me ha encontrado al lado de él. 
 La verdad es que este sitio está atestado de gente. Los pasajeros han sido confinados para que declaren acerca del caso. El detective que lo investiga me cae bien. Luce unos guantes negros y una gabardina y permanece callado observando. Es un hombre discreto. A su lado tiene a una chica joven que es la que formula las preguntas. Ha sacado un plano del tren. Muy completo, sí señor. No sé si lo acaba de dibujar. Explica minuciosamente a los presentes lo que ha representado en el plano. Hay un total de trece vagones y el tren cuenta con baños, una cafetería restaurante con zona de descanso que incluye un pequeño futbolín, libros y algunas mesas y sofás. ¡Qué bonita descripción! Todos asienten, evidentemente algunos conocen el tren. Otros no se han movido de sus asientos o eso dicen, con lo que no han podido ver todos sus compartimentos. 
 La chica joven se dirige a la persona que tiene a su derecha. Es una señora mayor, con un bonito sombrero. Me gusta porque tiene flores y mariposas. Un hombre que está sentado cerca se lleva el dedo a la sien y lo gira hacia delante y hacia detrás. No sé lo que significa, pero señala a la señora mayor y se ríe. La chica le pregunta a la señora del sombrero su nombre, el motivo de su viaje y que si había visto alguna vez a Pepe. Se llama Marcela, viaja para encontrarse con su hija en Barcelona y según ella no lo había visto antes, pero se ha chocado con él al entrar en el tren. Ahora me señala a mí, diciendo que Pepe me llevaba al subir y le arreó un jaulazo que le ha dejado la cara señalada. Se levanta el sombrero y muestra la frente con una pequeña herida. Pobrecilla. Nada más lejos de mi intención que hacerle daño, pero no puedo controlar los bandazos que doy cuando voy dentro, ya quisiera. Ya no vio más a mi humano, porque entró en el cuarto de baño a curarse la frente y después a su asiento en el primer vagón. De ahí no se había movido hasta que escuchó por megafonía que habían encontrado un cadáver en el tren. 
 La chica joven, que por cierto tiene un pelo que parece muy suave, del color del panizo que Pepe me daba como premio, se dirige ahora al hombre que movía el dedo sobre su sien. A las mismas preguntas, el hombre, que se llama Pedro, contesta que viaja por negocios. Vio a Pepe en la cafetería de la estación. Ambos pretendían entrar en el baño, pero mi humano se coló y le dio con la puerta en las narices. Pedro dice que se sintió muy irritado. Está acostumbrado a ser el mejor en todo, incluidos los negocios y no tolera que nadie intente quedar por encima. Quiso discutir con Pepe, pero él solo gruñó y le hizo un feo gesto con la mano. Lo vio tan cargado, con la jaula y la maleta, que desistió de continuar con la discusión. No vio a Pepe después, ni siquiera sabía que viajaban en el mismo tren hacia Barcelona. También dijo que para ser sincero, cuando se enteró que era él el cadáver, casi se alegró. Todos han hecho un mohín cuando Pedro ha dicho eso. Hay que ser ruin para alegrarse de que alguien muera, se haya chocado contigo en los baños o no. Yo, como no voy al baño, no entiendo que se pueda discutir por algo tan insignificante. 
 El detective sigue callado y dirige su mirada hacia la persona que está a la derecha de Pedro. Es una chica muy joven. Casi diría que puede ser una niña, pero no. Dice que se llama Elena. Es bailarina de ballet clásico y viaja a Barcelona para presentarse a una audición. ¿Eso sirve para que te escuchen? Bueno, vuelvo a la historia, que me voy a mis pensamientos. Se cruzó con Pepe en el pasillo cuando estaba entrando en el vagón. Él le pisó el pie derecho y ella está muerta de dolor. Le ha arruinado la audición. Asegura que ni se disculpó y que claro que le entraron ganas de matarlo, pero no es el caso, porque ella no es una asesina. 
 A su lado, una mujer ríe por lo bajo. Tiene el pelo muy rojo, como las plumas de los guacamayos que salen en los documentales que veíamos en la tele. Se llama Milagros Roldán y es una actriz muy famosa. Ahora la recuerdo. La he visto en la telenovela que dan a las cuatro, la que ponía Pepe tras el documental. Viaja a Barcelona para grabar los capítulos de la semana. Tuvo un percance muy grande con mi humano. Se da la vuelta y enseña su melena roja. Por detrás ha tomado un color negruzco. Se queja de que en el tren no se puede fumar y Pepe se chocó con ella mientras encendía un cigarro. El mechero prendió su roja melena y la chamuscó por completo. No podrá encontrar otra peluca de tan gran calidad para grabar los capítulos de estos días, por lo que va a tener que mirar a la cámara siempre de frente. Aún así no le guarda rencor ni se alegra de que el hombre haya muerto, faltaría más. 
 La chica joven se dirige ahora a otro hombre, este tiene el pelo completamente blanco. No caigo ahora mismo en su parecido con ningún animal, aunque podría decirse que con su nariz gordota podría ser un oso polar. Sí eso es, un oso polar se parece a Juan, que así se llama este hombre. Tiene ganas de hablar, que ya lleva mucho rato callado. Yo lo comprendo, porque a mí me gusta mucho hablar, pero como no me han preguntado y soy un loro de lo más educado, por ahora estoy escuchando. Sospechoso desde luego no soy, porque no he salido de la jaula. El detective apunta muchas cosas en su libreta. Sitúa en el mapa del tren a cada uno de los presentes según van hablando. Cuando sonó la megafonía, Juan estaba jugando al futbolín con otro viajero. Se le da muy bien el futbolín y de hecho viaja a Barcelona para participar en un campeonato. No hay motivo para sospechar de él, según dice. Pepe no le ha hecho nada. Solo se negó a jugar con él, pero siendo como es un campeón de ese juego, comprende que no todo el mundo se atreve a enfrentarse a él en esas lides. La chica y el detective se miran por unos instantes. Puedo leerles el pensamiento. En realidad todos son sospechosos hasta que se demuestre lo contrario.
Me gusta cada vez más esta investigación. Pepe y yo veíamos muchas series de policías y detectives. Ahora que lo pienso, pasábamos mucho tiempo viendo la tele. A veces me soltaba y me sentaba con él en el sofá. Echábamos muy buenos ratos. 
 Una señora con una voz estridente pregunta si se puede marchar. Tiene que ir al baño urgentemente y entre el vagón trece y el doce no hay. La chica le contesta que no, que nadie puede salir de allí. Las pruebas pueden contaminarse. Ante la insistencia de la mujer que grita más que habla y amenaza con hacer sus necesidades allí mismo, le contesta que sí, que irá con ella. Salen del vagón y contrariamente a lo que yo esperaba, se hace el silencio total. Creía que todos comentarían lo que estaba ocurriendo, pero la presencia del detective y su silencio mientras les observa hace que no puedan relajarse. Por fin regresan la ayudante del detective y la señora gritona. Se llama Pilar y está allí porque ha tomado el tren equivocado. No tenía ninguna intención de viajar a Barcelona y pensaba bajarse en el próximo apeadero, pero como el tren no ha parado, se ha tenido que quedar. El remate ha sido cuando han avisado por megafonía. Encima que ella no quería estará allí, se encuentran un muerto. El colmo de la mala suerte. Saca algo del bolsillo y se lo pasa por ambos hombros y por la frente. La chica le pregunta qué es lo que tiene en la mano. Es un amuleto. La protege de la mala pata, pues le pasan cosas muy raras. Ya ve, hasta se monta en un tren que no es el suyo. La ayudante del detective le dice que si no ha pensado que más que mala suerte, lo suyo es despiste. Pero Pilar contesta indignada que no, que es que le ha caído la mala suerte encima. Ella pensaba entrevistarse con alguien que le quitase el mal fario, pero claro, en Barcelona no era. ¿Que si conocía a Pepe? Por su culpa fue que se montó en ese tren. Cuando ella le mostró el billete, él le dijo sin dudar que debía tomar ese, que era el que la llevaba a su destino. Ese hombre bajito le había parecido desagradable, pero claro, teniendo a un loro tan bonito por mascota, se la había ganado, porque se parecía mucho a uno que ella tuvo cuando era joven. Me ha caído bien la señora. No todos los días le dicen a uno que es muy bonito. Otra vez el hombre con el dedo en la sien dándole vueltas. Sigo sin saber qué significa, pero ahora señala a Pilar. No me gusta Pedro. Mira que alegrarse de que se muriera mi humano. Qué desconsiderado. 
 Hay otro chico muy joven en el vagón. Tiene unas ojeras negras muy marcadas, los labios pintados de negro y el pelo muy negro también. Se parece a un cuervo. Tiene muchos anillos en las manos y saca la lengua con frecuencia. Luce una argolla en la nariz. Me gustan las argollas. A veces juego a meterlas en un palito, es divertido. Las mías son de muchos colores y después siempre recibo un premio si lo he hecho bien. No es por nada, pero me considero un loro bastante listo. El chico de negro se llama Sombra. En una tarjeta que le enseña a la chica pone Cristóbal Pérez, según dice ella en voz alta, pero él pide que lo llamen como quiere, porque si no, no va a responder. Viaja a Barcelona para participar en un festival de música heavy, que tampoco sé lo que es. Le enseña a la chica un dedo morado e hinchado. Pepe se lo pilló con la puerta del baño. El chico es guitarrista. No podrá tocar con su grupo y está muy frustrado. Era el primer contrato que le salía en años y ahora se va a quedar fuera. Tocará otro que es su mayor rival. A rey muerto, rey puesto. La verdad es que Pepe no era muy popular entre esta gente, todos se miran unos a otros y a veces asienten cuando alguno justifica que lo hayan matado. El detective sigue callado. Yo no sé cómo puede, la verdad, a mí ya me está costando trabajo. Estoy colocado al final del todo, me va a tocar el último y no sé si podré aguantar. 
 Ahora habla una mujer muy grande. Sus manos son enormes en comparación a las de las otras mujeres. Se llama Salma y viaja a Barcelona para participar en el concurso de Miss Big in the World. No me extraña que lo gane, porque es grandísima de verdad. Ya sé que en comparación a mí todos son colosales, pero lo de esta mujer se pasa de castaño oscuro. Diría que sobrepasa al detective, aunque como él permanece sentado, tal vez mi perspectiva no sea la correcta. Salma se encontró con Pepe en el tercer vagón. Él andaba buscando su sitio y se quejó de que ella ocupase dos asientos contiguos. Ella le contestó que podía estar ahí, que había pagado por los dos asientos, porque evidentemente, no cabía en uno solo. Discutieron fuertemente y ella le gritó que no tenía la culpa de que él fuese tan pequeño y tan calvo y él le hizo un corte de manga. Salma, boquiabierta, salió inmediatamente a quejarse al revisor, pero cuando este acudió, Pepe se había esfumado. Seguramente se había ido a otro vagón. Cuando se enteró de que el muerto era él, lo comprendió. Si se las gastaba igual con todo el mundo, se había encontrado con la horma de su zapato. Otra vez muecas de desagrado del resto de pasajeros, que no justifican que aquel hombre estuviese muerto aunque no tuviese educación en absoluto. Yo tampoco lo justificaba. Al fin y al cabo, el que se había quedado sin Pepe era yo. Me alimentaba y pasábamos el día charlando. Bueno, charlando él y yo repitiendo lo que él me decía, ya que era lo que le gustaba para sentirse acompañado. Era un hombre muy solitario y a mí me daba pena no complacerle. Me costaba muy poco hacerle feliz. Yo mismo estaba comprobando lo mal que se relacionaba mi humano con los de su misma especie. He llegado a creer que le habría gustado ser loro como yo, pero en ese caso, a ver quién iba a darnos de comer a los dos. 
 Aún quedan varias personas más. Enfrente de mí hay una pareja de novios. Parecen dos agapornis, por inseparables. Él sostiene la mano de ella entre las suyas y ella apoya la cabeza en su hombro. Qué tierna imagen. Pero los agapornis siempre me han parecido un tanto empalagosos. Ella tiene un bonito pico, muy parecido al de una lora que me volvía loco. Vivía en el balcón de enfrente de mi casa y a veces nos hablábamos en la distancia. Era muy guapa, la verdad, aunque lo nuestro no tuviese futuro al no poder acercarnos nunca. Los novios del tren viajan por placer, para hacer un último viaje de solteros y para encargar el vestido de novia a un modisto que ella había visto por Internet. El diseñador de las influencers. La novia se llama Fina y él Federico. Pepe había estado un rato en su vagón y me dejó con ellos. Después, salieron a dar una vuelta por el tren y a buscar un sitio íntimo donde poder charlar sin ser molestados y cuando volvieron se encontraron al hombre muerto y a mí en el mismo lugar donde me habían dejado. Dieron la voz de alarma, ya que no sabían cómo actuar. Podrían haber llamado a la policía, pero como el tren estaba en marcha, prefirieron buscar al revisor y que él hiciera lo conveniente. A Fina se le han quitado las ganas de buscar el traje de novia, porque vaya situación desagradable. Federico se echa la culpa. Si hubiesen estado en el vagón, Pepe podría estar vivo. A ellos les había resultado hasta simpático por como me trataba. Les dijo que me llamaba Coco. Un nombre gracioso y muy adecuado para aquel animal que les estaba presenciando ahora mismo. Dicen que yo hablaba una barbaridad y que les había encantado porque repetía todo lo que se hablaba en aquel vagón. Qué ilusos. Repito porque se supone que es lo que hace un loro, pero mi mente va mucho más allá, dónde va a parar. Les doy mil vueltas a otros loros e incluso a algunos humanos. Para algo me he ilustrado viendo programas y documentales. Todos me miran. El detective se pone de pie, observándome fijamente. Desde luego no me extraña que todos se sientan intimidados por aquel hombre callado con guantes negros y gabardina. Tiene unos ojos muy negros y me da mucho miedo. La chica se levanta también. Me pregunta, con voz dulce, si yo sé quién de los allí presentes ha matado a Pepe. La miro. No sé si estoy a salvo. ¿Y si al hablar me hacen lo mismo que a mi humano? Claro que sé quién ha sido. Al fin me dan el turno de palabra. La ayudante me asegura que no va a pasarme nada. Abren la jaula y el detective coloca su guante negro de cuero delante de mí. Subo primero una pata, luego otra y agachándome, saco la cabeza con cuidado para no golpearme en la jaula. Estiro las alas con decisión. Volar hasta mi destino no me cuesta trabajo. Me poso en el bonito sombrero de flores y mariposas. No puedo evitarlo después de todo, he vivido muchos años con ella y picoteo un poco la mano que me ofrece cariñosa. Abro el pico para que todos se enteren de que a mí tampoco me ha gustado el jaulazo que le ha pegado Pepe. Grito fuerte: ¡Marcela! Marcela por favor no me mates. Si quieres te devuelvo a Coco, pero no es para ponerse así
 Ahora vivo con Marcela, mi verdadera dueña. Ella también vive en una jaula, pero como dicen en las pelis, al fin estamos juntos.


                                                          
















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