Hace un tiempo tuve el placer de presentaros el primer cuento de Irene Fernández Bermejo, quién parece seguir animada en escribir y ahora nos ha traído una colaboración con su hermana Núria (autora de “Melancolía”, cuya reseña personal así como la global realizada por el Club de Lectura Leer Mil, podéis encontrar en este blog). Ambas han dado un giro al género que ya nos han mostrado con anterioridad y nos muestran una historia de superación y lucha que estoy segura os gustará echarle un vistazo.
EL PÁJARO HERIDO
Tardó un largo rato en recobrar el sentido, pero despertó, como un milagro. Ya parecía que estaba muerto, aunque ningún ser lo había visto allí, oculto entre las oportunas hojas de aquel olmo. Su plumaje verde metalizado había quedado semioculto entre el follaje, confundiéndose con él con la suficiente eficacia como para no ser visto, salvándole así la vida. El pequeño colibrí estaba herido y cualquiera que lo hubiera visto hubiera pensado que no despertaría, pero lo hizo. Tenía un ala casi completamente destrozada, una pata que no podía apoyar bien y su plumaje exhibía un rastro sanguinolento que lo teñía de color rojo oscuro en algunas zonas. Le faltaban varias plumas y tenía marcas de mordeduras y de garras sobre su pequeño cuerpo. Aún con el dolor que le provocó, se levantó como pudo, y dando pequeños saltos, cada uno de ellos un suplicio, logró acurrucarse en un agujero que había en la corteza del olmo, lugar donde por fin se sintió seguro.
Tan solo unos pocos instantes atrás, el menudo colibrí se encontraba volando, como de costumbre, en su ruta habitual en busca de comida. Era un día como otro cualquiera, el cielo estaba despejado, pero unos visitantes inesperados aparecieron de repente con aspecto amenazador, volando como si el cielo entero fuera suyo. Era un grupo de halcones, viejos cazadores fuertes. Se encontraban hambrientos, en busca de una presa fácil. No tardaron en dirigir su atención hacia el colibrí, a pesar de su pequeñez, en seguida se percataron de su presencia. Sin pensarlo demasiado, la bandada de halcones fue se dirigió hacia su presa con una rapidez y una destreza difícil de superar. El joven colibrí notó como unas enormes garras intentaban cogerlo, hiriéndole así el ala y escapando por muy poco, gracias a su rapidez de reflejos. Pero la cosa no acabó ahí, a continuación, vino otro arañazo. Y otro más. Y un picotazo y un tirón, y otro. Pero a pesar de que nuestro pequeño amigo era bastante escurridizo, no había manera de escapar. Eran demasiados, jugaban con ventaja, tenían superioridad física. Con cada tirón, iban desplumando poco a poco al pajarillo. Con cada picotazo, iba sangrando. Sacando fuerzas de flaqueza logró apartarse lo suficiente para que no le dieran caza, hasta que el pobre pajarillo perdió todas las fuerzas por completo y rendido y cayó, ya maltrecho.
Aquella caída parecía ser lo último que llegaría a sentir nunca más. Cerró los ojos mientras su cuerpo acariciaba el vacío, como rindiéndose a su final inminente. La caída pareció durar horas, pero en realidad fueron apenas unos segundos. Lo que sí duró horas fue el tiempo que estuvo sin sentido, al borde de la muerte, tirado sobre una rama de olmo. Los halcones, decepcionados al haber perdido de vista una presa fácil como aquella, buscaron durante unos minutos a la pequeña ave, pero no tuvieron éxito. Finalmente se marcharon, resignados a buscar otro animal para saciar su hambre, pero también con cierta satisfacción, después de la masacre sangrienta que acababan de causar. El colibrí se quedó en el agujero oscuro y protector que tenía el olmo. No tardó en volver a perder las fuerzas y dejarse caer de nuevo por su propio peso, ya en un lugar seguro. Su vida aún pendía de un hilo, y tenía muchas heridas que nadie sabía si lograría sanar.
De repente, algo llamó la atención del pequeño. Era una crisálida que se estaba rompiendo y se encontraba en la misma rama del olmo, donde se cobijaba el pájaro. La crisálida se fue rompiendo poco a poco, hasta que salió de allí una preciosa mariposa amarilla. Esta echó a volar y el colibrí la siguió con la vista. Para su asombro, ya no se encontraba en aquel frondoso bosque, sino en un lugar donde había mucha luz. El olmo era lo único que se conservaba de aquel bosque, había cientos de mariposas revoloteando por ahí, de todos los colores: blancas, amarillas, azules, rosas, verdes, marrones, etc. y de todos los tamaños: grandes, pequeñas, medianas, diminutas y gigantescas. El cielo estaba despejado y había pocas nubes. Un Sol brillante y cálido reinaba, llenando de luz el lugar. Y ante tanta belleza el pajarillo quedó extasiado. Justo después, el colibrí despertó. Cuando lo hizo, se encontraba en ese mismo frondoso bosque, pero, para su asombro, sus heridas estaban curadas.
Ya sin dificultades ni dolor, salió del agujero que había sido su refugio improvisado. Se sentía diferente, como si todas las células de su cuerpo se hubieran renovado, como si el pájaro que entró en aquel agujero fuera distinto al que salía de él. La luz del día iluminó su plumaje completamente verde, sin rastro de las manchas de su propia sangre. Confundido, el colibrí extendió sus alas. Estaban perfectas. Antes, la idea de volar después de aquella carnicería le parecía prácticamente imposible y ya contaba con que no volvería a hacerlo en mucho tiempo, si es que llegaba a recuperarse del todo del ataque de aquella bandada de halcones sanguinarios. Miró hacia abajo. No se distinguía el suelo debido a la abundante vegetación. Se colocó al borde de la rama y se lanzó al vacío.
Y así, voló como nunca antes lo había hecho.
¿Qué os ha parecido? ¿Preferís que sigan con su género anterior o por el contrario os gusta que intenten cosas nuevas?
Espero que sigan con sus creaciones tanto individuales como conjuntas, y contando con este blog como un pequeño rincón donde mostrároslo.
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